
Datos de contextualización de la persona
| Edad: | 24 años |
| Sexo/ Género: | Femenino |
| Situación familiar: | Tiene un hermano menor. Vive independizada de sus padres en Murcia. |
| Capital cultural: | Grado en Periodismo. Padres sin estudios y situación económica precaria. |
| Capital relacional: | Vive con su pareja. Relaciones de amistad pequeñas pero de gran confianza. |
| Capital digital: | Uso activo muchos aspectos digitales: Instagram, WhatsApp, Zoom, WordPress, Canva, etc. |
| Autodefinición: | Introvertida, reflexiva y muy creativa. |
El día que finalmente utilicé como desconexión digital, tras otros intentos fallidos, fuel el del apagón peninsular, es decir, el 28 de abril. Elegí este no por casualidad, sino porque nos vimos obligados a abandonar nuestra ‘meta-vida’ construida en el mundo digital—muchas veces reducida a observar cómo otros aparentan vivir— para habitar, por fin, en la realidad tangible.
Estuve desconectada aproximadamente desde la una de la tarde hasta la medianoche del siguiente día, 29 de abril. No fueron exactamente 24 horas de desconexión, pero como apenas usé esa madrugada el móvil, considero que es el ejemplo idóneo para esta práctica.
Cuando se produjo el apagón, lo curioso fue que me pilló en medio de una inauguración de un evento de la UCC+ i de la UMU, donde debíamos encargarnos de redes sociales, creando contenido y dando difusión del evento. Lo más significativo fue que, tres de las personas que estábamos, tuvimos la misma reacción: abrir el buscador y ver qué noticias se habían producido al respecto.
Durante los primeros momentos, aún funcionaba internet y las llamadas, por lo que, más o menos, pudimos averiguar qué estaba sucediendo. Algunos decían que se había producido el apagón en España, Portugal y Francia; otros afirmaban que sólo era a nivel nacional. Así comenzaron las conjeturas.
Al inicio, pensé que era un corte de luz como cualquier otro. Sin embargo, pasado una hora, cuando se confirmó que era un fallo a nivel estatal y fallaban las comunicaciones empecé a asustarme. La mente es prodigiosa y, en ese momento de incertidumbre, mis dudas buscaron una respuesta en el peor de los escenarios: ¿y si era una ofensiva militar contra España? Todo parecía posible ante el clima de inestabilidad política que se respira.
Mi compañera Sara y yo intentamos hacer llamadas, mensajear e incluso mandar SMS a nuestros familiares para saber si estaban bien o si sabían algo más.
Ante este ambiente de desconocimiento, me atacó un poco la ansiedad, la duda, el descontento y la necesidad. La vuelta a casa en coche fue toda una odisea, la ausencia de electricidad dejó sin funcionar los semáforos. Nada más entrar a la autovía, tuve que detenerme porque estaba colapsada. Pese a todo este lío, me sorprendió gratamente la gente, pues predominó el sentido común y el respeto, se cedía el paso y se circulaba con precaución ante una situación insólita (con alguna que otra excepción).
Al llegar a casa, aunque suene a cliché de película, el rato que normalmente pasamos mi madre, mi hermano y yo con el móvil viendo TikToks sin ningún propósito lo dedicamos a mantener una larga conversación. Lo nunca visto.
Entre los temas que surgieron, estaban: el porqué del apagón, cómo nos sentíamos al respecto, qué estábamos haciendo mientras sucedió, etc. Otra de las cuestiones que se planteó fue cómo y qué íbamos a comer, ya que en mi casa tenemos vitrocerámica. De repente, sin previo aviso, nos habíamos transportado a otra época, como si hubiéramos vuelto a al siglo pasado.
Después de comer, continuamos hablando. Ya no había televisión ni móviles; volvimos a lo analógico. Esa necesidad de constante comunicación la saciamos hablando cara a cara con nuestros familiares, parece de chiste.
Cómo no sabia muy bien qué hacer, decidí retomar el buen hábito de la lectura, con un ensayo que llevo intentando acabar desde este verano pasado. Pero, por el estrés acumulado, la rutina y la relajación personal que me produce leer, acabé quedándome dormida. Me eché una siesta de un par de horas (fue el recurso elegido por muchas personas).
Al despertar, sobre las seis de la tarde, lo primero que hice fue revisar si funcionaba el móvil y si había vuelto la electricidad. Para mi sorpresa, no era así. Bajé al salón con mi madre y nos pusimos a hablar. También saqué a pasear a mi perro.
Como estábamos aburridos, mi hermano y yo, decidimos salir a caminar por los alrededores de mi casa. Nos dimos cuenta de que muchos vecinos habían tenido la misma idea.
Al volver, mi madre había encontrado un altavoz que tenía radio. Por fin podíamos tener contacto con el exterior y averiguar algo de lo que estaba pasando. Fue una sensación de alivio el escuchar la radio y, para mi sorpresa—a pesar de haber estudiado Periodismo—descubrí el encanto de esta, pues antes sólo la había escuchado de fondo mientras iba en el coche.
Entendí el magnetismo que esconde el periodismo radiofónico y cómo fue un gran respiro para la mayoría de españoles ese día. Las voces de los periodistas, creaban una sensación de paz tras tantas horas de incertidumbre.
Cuando cayó la noche y aún no había vuelto la luz, tuvimos que desempolvar todas las velas escondidas por los rincones más inhóspitos de casa. Linternas, farolillos de luz solar y cirios prendían la habitación y, como si se tratara de una película antigua, padres e hijos se reunían en torno a la radio para enterarse de cualquier novedad y responder a la gran pregunta que nos hacíamos: ¿Cuándo volverá la luz?
La espera se hizo larga. Como todo estaba a oscuras, me asomé a la calle para contemplar la penumbra que vestía la ausencia de farolas. En lo personal, no sentí miedo; al contrario, me pareció especial el ambiente que se generó, todo iluminado bajo la luna y las estrellas (quizá estoy idealizando demasiado ese día).
Antes de dormir, puse la alarma para el día siguiente. Justo antes de conciliar al completo mi sueño, comenzaron a llegar notificaciones al móvil, como si de una señal divina se tratase y diera punto y final a este día inusual.
Conclusiones:
Elegí este día porque otros lo he intentado y la ansiedad, junto al FOMO, han podido conmigo: no he podido estar sin revisar el móvil más de tres horas.
Es un buen ejercicio porque te hace ver la obsesión casi compulsiva que tenemos por mirar el móvil.
El día del apagón fue, a la par, bueno y malo. Según como se mire. Tal vez muchas familias tuvieron la oportunidad de intercambiar más de quince palabras al día por necesidad; otros pasearon; algunos dieron rienda suelta a su imaginación… Pero si algo nos han enseñado estas situaciones ‘límite—como también lo hizo la pandemia— es que tenemos mucha dependencia a socializar, de saber, de estar conectados. La pandemia fue el ejemplo opuesto al apagón, pues estuvimos más conectados que nunca, aunque sólo a nivel online. Pero ambas situaciones rompieron con nuestra rutina diaria y nos dieron otra perspectiva con la que mirar el mundo.
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